lunes, 3 de mayo de 2010

Textos de María Fernanda Da Silva

EN LA CAMIONETICA...¡QUÉ SUERTE!

Qué varilla, se me hizo tarde… Son como las seis y media y está oscuro. ¿Será posible? Vas a tener que grabártelo de alguna forma, ¿será que mi disco duro ya se pasó de duro a tieso? Y mientras voy a paso ligero, o más que eso, y sorteando obstáculos (huecos, alcantarillas sin tapa, motos, basura y hasta borrachines), me repito: debes estar pendiente de la hora, del sitio. Te va a armar un peo, “¿hasta cuando tengo que decírtelo?” “te estás buscando un problema, y luego vas a culpar al gobierno” Qué estrés, lo peor es el tiquititique de mi esposo.
Sigo hacia la Av. Baralt para agarrar, una camionetica que diga Av. Panteon. ¡Ay, llegué, por fin! A ver, ¿dónde me coloco?, en la Parada no hay nadie, pero en la próxima esquina esta llegando gente, voy para allá. Mosca, los negocios están casi todos cerrados y por lo tanto hay poca iluminación, ojos y oídos abiertos, mijita. Pasan varias unidades antes de divisar a lo lejos una que es la mía, subimos varias personas, doy una ojeada rápida y decido sentarme en el primer puesto del lado derecho, quedando hacia el pasillo, y al lado de un señor, grande con un bolso también bastante grande. Respiro, ya estoy en camino.
Reparo en el chofer, un señor que estaría cercano a los setenta años, de semblante tranquilo,
Y divago – caramba, este hombre ya debería estar en otra cosa, lo obligará la necesidad, parece buena persona-. Continuamos por dos cuadras, sin prisa y sin música. No es lo común, pero nuestro buen chofer maneja con cautela, calmadamente,-¡qué suerte!-
Piden parada, estamos por la salida del Metro en Capitolio, bajan usuarios, y ya iba a arrancar o tal vez quiso arrancar rápido, ¿lo hizo a propósito?, esto lo pensé varios días después recordando los hechos.
Unos brazos largos y manos se aferraron con fuerza a los lados de la puerta, el pasajero y yo nos miramos, silencio… “espérate, coñ., déjame subir mi tío, no joda, qué mierda”, algunas palabras que entendimos de lo que decía un hombre joven que intentaba subir y aparentemente se le hacía difícil, arrastraba una pierna y no tenía estabilidad debido a los efectos de estupefacientes, echaba unas miradas casi perdidas a todos, mientras se esforzaba para subir, lo consiguió.
Estábamos como petrificados, como si no nos enteráramos de nada, mirábamos al chofer, al ser humano que ya estaba sentándose en el asiento al lado del chofer y a nosotros mismos, todo en fracciones de segundos. Mi vecino de asiento tenia su bolso apretado, sujetándolo con las dos manos, “¿será que tiene algo valioso?” “¡Dios! ¿que hago? ¿me bajo?, pero, tal vez sea peor… calma, que no le llegue tu miedo…”
El sujeto hablaba constantemente, pero se le entendía poco, de repente metió la mano entre el pantalón y la camisa, para sacar algo, “ya está, nos fregamos”, no, no era un arma, era un bojote de billetes de poca denominación, con los que a veces le decía al chofer que él tenía mucho dinero y otras le pedía que le prestara, o que se lo diera, tratando de tomar de la pequeña caja el dinero. El señor no perdió la calma, con suavidad, pero firme le retiraba la mano de la caja diciendo que se quedara tranquilo, una y otra vez.
De pronto, molesto, llevó una de las manos hacia la parte baja del pantalón, la introdujo en una de las botas, -el tiempo como que se detuvo-, creo que dejé de respirar, no nos movíamos, solo los ojos. Pero, nos miró, miró al chofer, volvió a mirarnos, le sostuve la mirada apenas, y, no siguió con lo que iba a hacer… Pidió para que lo dejara bajar, entre otras cosas que no se le entendieron, y bajó, con mucha dificultad, cerca del TSJ.

Nanda, marzo de 2010

¡RAULÍN!

Existe un género de seres que se han adjudicado un empleo informal, a falta del formal, y que no es la buhonería, ni la venta de lotería, o de periódicos, ni la mendicidad, tampoco la música, sea instrumental, a capela o ambas, caso aparte, si tenemos algo de suerte nos llegan sonidos agradables entre tanto ruido, los vendedores de cualquier cosa que atosigan a los desazonados usuarios de las camionetitas tampoco pertenecen al género en cuestión, ni son malabaristas o traga-fuego, ni lateros … es otra la ocupación, que tal vez germinó a partir del caos y con la cuál éstos individuos obtienen algo de dinero.

Ésta variedad de trabajador hace uso de sus cuerdas vocales de fuerte manera, alcanzando altos decibeles para así hacerse oír, también utiliza el aire de sus pulmones para el enérgico silbido que emerge a través de su boca, y por si quedaran dudas manipula un pito con el cuál lía a los transeúntes y automovilistas que en algunos momentos no saben que acontece, si hay o no un fiscal, y el por qué de el pitazo, hasta que caen en cuenta que el que lleva el silbato y por ende el mando, es un personaje que está más que ducho en sobrevivir a toda costa, a subsistir como pueda.

Un quehacer original que tiene asilo desde algunos años atrás en el Distrito Capital, particularmente en la Caracas Bonita, pero de manera más visible en la Parroquia de La Candelaria, en el punto norte de la plaza del mismo nombre, en la acera sur de la avenida Urdaneta, en dirección oeste este. Puede que se practique en la otra orilla e inclusive en otro lugar o distrito, pero no con la regularidad y fuerza que se avista en tan concurrido espacio público. El protagonista pareciera no creer en dichos como “El que madruga coje agua clara” o “Al que madruga Dios lo ayuda”, pues no principia su faena madrugando, sino cerca del mediodía y hasta la noche.

Tiene este prójimo la piel tostada, agrietada, envejecida antes de tiempo… Sus ojos siempre inquietos, otean en todas direcciones, aunque su mirada pareciera no querer establecer contacto verdadero con nadie. De movimientos ágiles y enérgicos, tan es así que a veces se asemejan a un saltimbanqui a un contorsionista. Con edad inexacta, altura, tono de piel diversa. Su indumentaria no siempre demasiado sucia y rota es, según sea la procedencia, tanto del personaje como del ropaje, que incluye algo que le es primordial, una gorra, cualquiera, que igual le sirve para resguardarse del sol como de la lluvia, y puede que unas gafas oscuras, si llegan a sus manos.

“¡Aguántalo!” Grita, al mismo tiempo que trata de que el chofer no solo lo oiga sino que lo vea, lo cuál implica saltar, correr, de un lado a otro, de la puerta a la ventanilla del lado del chofer o a la del ayudante. Al quedar medio aparcado o aparcado en el medio el carrito, se agarra o se le atraviesa y entonces comienza a enunciar la ruta: “¡Andrés Bello, por La Chiquinquirá, Los Jabillos, La Campiña, PDVSA, Chacaito!” “Calma mi tío que están bajando. Sube ahorita mi reina, sube que si hay puesto”. Mientras suben usuarios se mantiene dando información del trayecto respectivo, y pendiente de que el ayudante o el chofer le den algunas monedas. “Algo, para no perder todo pana” ¡Dale varón! Le dice al chofer a forma de despedida.

¡Épale Raulín! Es el saludo tanto del chofer como del ayudante para cualquiera de éstos trabajadores informales, cuándo se topan con ellos, a lo que responde el personaje con algo como, ¡Háblame Raulín!
¡Aguántalo varón! ¡Llévatelo! Grita, para indicar que va a subir alguien.
Este espécimen, Raulín, aprovecha la más mínima oportunidad para obtener unas monedas, cosa que no siempre le resulta; claro que viendo la cantidad de veces que pasa una camionetica se deduce que tan mal no le irá y más si es avispado y le cae bien a los camioneteros.
¡Vaya Ricky Martin! Es la nueva frase entre los dos grupos.


Nanda, Abril del 2010

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