Una vez a la cuaresma voy a la iglesia. Era domingo, para ser precisos, el quinto domingo de Cuaresma, tiempo en el cual la Iglesia Católica se prepara para celebrar lo que ellos denominan la Pascua y lo que nosotros conocemos como la Semana Santa. ¿Pero tenía yo destinado parar en la iglesia?. Más bien era un domingo para deleitarse con una u otra exposición, concierto o café con amigos. Total, con Dios puedo hablar siempre que quiera, sin necesidad de pasar por un aeropuerto celestial.
Tal día, tenía yo previsto asistir a una singular exposición llamada Deva Dásis y sus chicas, del pintor Carlos Medina, en la Casa Rómulo Gallegos, quien en una propuesta arriesgada creó este personaje para vestir y desvestir al arte en sus lienzos plasmando los vaivenes de vidas paganas, pero, señor mío: “Las etairas también son hijas de Dios”, aunque la gente las maltrate y las mire de reojo como si la comisura del mismo fuese una punta de lanza o una flecha envenenada. Cuanta iniquidad, Yavé.
Al acercarme al Celarg, amén de los racionamientos eléctricos en los que vivimos sumergidos, veo la calcomanía de racionamiento la cual indicaba que ese centro abriría más tarde. Un mulato se asoma, luego de yo haber hecho ruido con la puertas y le pregunto ¿a qué hora abren?. A las 2 pm, me contesta. Y yo pensé en las imprecación de rigor, que para más señas podríamos estar hablando de un ocurrente acrónimo: C.D.L.M. Eran las 10 y media de la mañana, para adónde agarro Señor mío. Me dirigí entonces al Centro Cultural Corpbanca puesto que tenía entendido que Oswaldo Vigas; luego de un momento difícil que padeció, pintó varios cuadros para realizar la exposición llamada Mis Curanderas, a propósito de las mujeres que lo ayudaron durante su difícil tránsito. Sin duda, un acto santo. En vano fui hasta allá dado que la exposición del pintor fue suspendida hasta nuevo aviso. No hay luz, no hay pintura, no hay espacio para el divertimento.
En fin, bajé por el Solar del Vino y crucé en la calle donde se encuentra la Iglesia San José de Chacao. Sorpresivamente, para mí, llegué puntual a la misa del mediodía. El padre mencionaba a los muertos y enfermos por los que se oficiaba la ceremonia. Desprendida yo de los actos litúrgicos, me perdía entre las secuencias que estribaban en: cantos, contestaciones o repeticiones de los feligreses y la homilía en si.
“Lectura del Evangelio según San Juan” decía el padre, y narraba el episodio en el que Jesús defiende a María Magdalena. Estando en el templo y desde donde enseñaba sus milenarias palabras, los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en el medio, le preguntan al hijo de Dios que dado que la Ley de Moisés manda a apedrear a las adúlteras, él, qué decía a ello. “Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo” continuaba el Padre. Al sentir la insistencia de los acusadores, Jesús les dijo. “El que esté sin pecado que le tire la primera piedra”. Ante semejante respuesta (cuya vigencia no caduca 21 siglos después; según el calendario cristiano), María Magdalena se quedó a solas con Jesús y éste le preguntó si la habían condenado y ella respondió que no, por lo que Cristo la absolvió y le dijo “tampoco yo te condeno. Anda y en adelante no peques más”.
María Magdalena pasó, de ser, una actual chica de las de Deva Dásis, a una discípula de Jesús al punto que la Iglesia Católica la admitió como Santa. Son las etairas, entonces, hijas de Dios.
El padre, quien tenía un porte y discurso dicharachero y muy coloquial contó hasta un chiste, siguiendo con la misa que parecía no acabar entre reflexiones o regaños a los asistentes. Quién sabe si todos cristianos. Lo que si eran, era humanos. Quizás algunos lo sabían, otros no.
“Y bueno antes de finalizar la misa, vamos a cantar cumpleaños feliz, si cumpleaños feliz a mi comadre”. “A Dios cará pero si se prendió la rumba y yo con ganas de comer torta” (me dije). Vale decir que toda la misa, la recibí detrás de una estructura que algunos habrán visto. La escalera que al finalizar, lo hace bajo un domo cuyo diseño es de finales del siglo XVIII. Por lo que también me restaba visibilidad del altar una columna que quedaba justo al frente a los peldaños. Es por ello que, y, según, se trasladara el padre, podía verlo a él solamente.
Muy bien, cantamos cumpleaños a una persona llamada Analy que acompañada de su familia respondieron a preguntas triviales del padre. Acto seguido, termina la misa, y yo me acerco al altar pero cuando lo descubro pasando la columna, me quedé boquiabierta. Analy resultó ser la esposa del joven cantantautor Reinaldo Alvarez quien estaba allí junto a ella y sus dos hijos (un varón y Angélica), en ropa sport. “!Pero si a mí me han gustado las baladas de Reinaldo Alvarez!, canciones como: En mi segundo intento y No soy el único”. No lo podía creer. Señor mío.
Como ha cambiado el mundo. Aunque la iglesia se porte mal, algunas veces. Aunque no haya luz ni espacio para un acto divino como lo es el arte. Aunque tenga que asistir a misa con inesperados arreglos musicales en presencia de un juglar. Aunque todo eso, yo sigo creyendo en el Todopoderoso. Como cantaba Héctor Lavoe: Todopoderoso /es el señor/ Es el que todo lo sabe/ es el que todo lo ve/ no conoce el egoísmo/ ni actúa de mala fe; pensé, aquel quinto Domingo de Cuaresma.
Marla Melissa Rojas
lunes, 31 de mayo de 2010
lunes, 10 de mayo de 2010
Crónicas de Diego Rodríguez Gambasica
Pasión de Oro y Negro
Un pase exitoso, el jugador realiza un movimiento lateral que remite el balón a su compañero de equipo en la retaguardia, éste logra esquivar los avances de los contrarios, que vienen hacia él desde izquierda y derecha, hasta acercarse al centro del campo y logra que su delantero tome la esférica y continúe en posesión de ella hasta lograr estar peligrosamente cerca de la arquería contraria, las pulsaciones se aceleran, cada segundo cuenta, los sentidos se agudizan al máximo, no está permitido equivocarse cuando se está tan cerca de un momento de gloria, todas las miradas se concentran en él, hoy se llama Jonathan Del Valle, ayer pudo haber sido Carlos Maldonado o en tiempos más lejanos Omar Ferrari, hoy su nombre puede estar en boca de todos, ser una figura más en la constelación de estrellas que han adornado con su talento el glorioso nombre del Deportivo Táchira.
Ahora él está allí en el momento de máxima efervescencia, los comentaristas deportivos desde sus cabinas aguantan la respiración, y con ellos se angustia y se emociona todo el pueblo tachirense: los siempre fieles que nunca faltan a un juego, los que logran conseguir entradas de tanto en tanto, los que siguen el partido desde sus casas, en compañía de otros devotos “aurinegros” o solos, y todos los demás desde el interior del Estado y fuera del Táchira. Todos forman un colectivo que siente la pasión futbolística con la misma intensidad con la que se lleva en la sangre el orgullo del gentilicio tachirense, sufren como una herida propia cada derrota y disfrutan a plenitud cada triunfo conseguido. El delantero está frente a la arquería contraria esquivando a las defensas de los rivales, ya no suda, ya no tiene miedo, en ese instante su nombre no es el propio, es uno y todos a la vez, él es el Deportivo Táchira.
Fue un día de enero de 1974 cuando nace el Deportivo San Cristóbal, gracias a la iniciativa de Gaetano Greco, Fantino Capoccioni, Gregorio Gonzales Lovera, Orlando Maldonado y otros hombres amantes del deporte rey. En 1978 el Deportivo San Cristóbal cambiaría su nombre a Deportivo Táchira Fútbol Club alcanzando en 1979 su primer campeonato nacional. El equipo logra conquistar su segunda estrella en 1981 y el sub-campeonato en 1982, detrás del Atlético San Cristóbal.] En 1984 y 1986, llegaría el tercer y cuarto título respectivamente; sin embargo la crisis económica que enfrentaría durante toda la década de los ochenta lo obligaría a fusionarse con el Atlético San Cristóbal, formando el Unión Atlético Táchira (UAT), nombre con el cual se obtendría su cuarta estrella. En los siguientes años se obtuvieron 4 subtítulos, a pesar de esto, el equipo pasó por profundas dificultades económicas que lo llevaron a estar a punto de desaparecer.
Eventualmente, un grupo de empresarios, con el apoyo del entonces gobernador del Estado Táchira y todo el pueblo tachirense, unieron esfuerzos para evitar su desaparición y tomaron la decisión de rebautizar al equipo como Deportivo Táchira Fútbol Club para la temporada 1999-2000, obteniendo ese mismo año el quinto título nacional. Cual ave fénix había renacido de sus cenizas el coloso de negro y oro, con más ímpetu y presencia en el panorama del fútbol nacional venezolano, la pasión seguía intacta, sólo necesitaba un pequeño aliciente para despertar, el apoyo de la multitud más fuerte que nunca, boleterías para los juegos agotadas, una afición siempre fiel y ahora instituida: el equipo aurinegro cuenta con una de las aficiones más numerosas y organizadas de toda Venezuela, que asisten devotamente a cada uno de los encuentros programados.
Sea la Torcida Aurinegra, en la tribuna central popular, o la Avalancha Sur, en la tribuna popular, quienes están con el Deportivo están presentes en cada uno de sus encuentros nacionales e internacionales; el apoyo al equipo se deja sentir en todos los rincones del Polideportivo de Pueblo Nuevo, el templo sagrado del fútbol nacional. No en vano, este estadio fue elegido como escenario de la apertura de la Copa América 2004 y ha sido un testigo silente de la evolución de un equipo, de la fanaticada y de su estructura en sí. Construido en 1974, e inaugurado en 1976, el estadio contaba con una capacidad inicial de 25 mil asientos, que fue ampliada a 42 mil espectadores para la Copa América, siendo[] reinaugurado oficialmente el 20 de junio de 2007 con el encuentro entre la selección de Venezuela y la selección del País Vasco.
La apacible y bucólica ciudad de San Cristóbal se transforma, cual Dr. Jekyll en Mr. Hyde, cada vez que el Deportivo Táchira tiene un juego en casa: los locales comerciales bajan temprano las santamarías, el tráfico que fluye desde todos los puntos cardinales de la ciudad hasta Pueblo Nuevo colapsa por entero las calles y avenidas, los restaurantes, cafés y sportbars se llenan a más no poder y todo el mundo está a la expectativa de lo que está por ocurrir: “es necesario ganar para empezar con pie derecho” afirman unos, “concedámosle el empate” dicen otros en tono benevolente y de falsa modestia. La palabra “derrota” no se posa sobre ninguno de los labios, no existe en el léxico de un aurinegro tal vocablo. Quizás sea por eso que cuando el Deportivo pierde, la derrota deja un sabor amargo difícil de asimilar para todo los tachirenses, y la ciudad entera guarda un luto no decretado.
El Deportivo Táchira siempre gana, posee un record (para un equipo venezolano) de 13 participaciones en la Copa Libertadores de América, jugando invicto hasta cuartos de final en su experiencia de 2004, hasta que una derrota en esta etapa decisiva lo dejó fuera de la carrera por el trofeo. Ha permanecido intocable en la primera división del fútbol venezolano desde su creación, ni siquiera en las horas aciagas de los años 1980’s y 1990’s le restaron brillo a su impecable actuación, el mérito se mantuvo intacto y el apoyo de una fanaticada fiel hicieron posible que surgiera otra vez para el nuevo milenio con la misma gallardía que lo vio nacer en una fría mañana de enero de 1974, cuando el país despertaba a la ilusión de la “Gran Venezuela”, y el Estado Táchira despertó a una pasión de oro y negro tan fuerte, que ninguna circunstancia la ha podido consumir por completo.
Seis son las estrella de campeonatos nacionales que adornan el uniforme de oro y negro del Deportivo Táchira, siete las veces que ha terminado de subcampeón, tres los títulos del Torneo de Apertura del Fútbol Venezolano, dos los títulos del Torneo de Clausura. Y ahora en el éxtasis de un juego, el delantero que porta la camisa del Táchira lleva inscrita con letras de fuego toda la historia de triunfos y gloria, es un signo invisible que corre por sus venas, como un ADN futbolístico que le alimenta a continuar con una tradición sagrada, que debe ser mantenida, ampliada y superada, él lo sabe y está consciente de ello desde la primera vez que entró al terreno de juego como uno más del once aurinegro; la fuerza de una saga heroica está con él, a pesar de la algarabía de las tribunas y palcos, el silencio es absoluto en su mente, con frialdad de acero dispara a la meta y…
El silencio se congela, el tiempo queda suspendido, él no es capaz de sentir el sudor de su propia frente, sus ojos estáticos se concentran sólo en la esférica, el balón sigue girando y todas las miradas se afinan a punto, los flashes de las cámaras parpadean y queman con la intensidad de un millón de soles, las voces que gritan están mudas, todos a la expectativa, los corazones laten con frenesí, como si buscasen salir de los torsos que los abrigan, las venas palpitan. Él sigue ahí, frente a la arquería esperando el resultado de su mejor tiro certero, conseguido con años de entrenamiento y dominio de la técnica, piensa en todo y nada a la vez, el arquero rival se lanza a la tarea de detener el impulso que trae el balón, pero la fuerza de ambos es un choque de alto nivel. La malla de la arquería se sacude y se revienta, estallan los gritos, ha sido un gol del Deportivo.
Generación Electrogeek
Ellos caminan absortos en su mundo, son adictos a la tecnología en todas sus expresiones, se comunican en lenguajes incomprensibles para la mayoría de los mortales, lenguajes que muchas veces suelen ser los formatos de programación de las computadoras, máquinas sin las cuáles no pueden imaginar sus existencias, como si las desktops, las laptops o netbooks fuesen una especie de respiradores artificiales que le infunden la vida cada vez que están conectados online: ya sea para conocer las últimas novedades, descargar las últimas aplicaciones, conversar con otros geeks; la red mundial es su gran patio de recreo donde esta tribu urbana existe a sus anchas y domina el área con toda la experticia que le otorgan las millones de horas pasadas frente al ordenador, las batallas ganadas y pérdidas sorteando virus nocivos y viviendo en el mundo virtual.
Generalmente es muy fácil reconocerlos cuando uno camina por la calle, en su mayoría son hombres, aunque existen raros especimenes femeninos geeks, de pieles pálidas por la muy poca o casi nula exposición al sol, lentes de pasta o aéreos (porque las horas frente al monitor agotan y desgastan la vista), su vestimenta es muy simple y demuestra la poca importancia que tiene para ellos la apariencia. A pesar de envejecer, como lamentablemente lo hacemos todos nosotros, conservan en sus rostros un gesto aniñado, un rasgo de pícara inocencia que puede hacer que uno los confunda con un nerd; pero uno no debe equivocarse: un geek es una persona con una formación cultural muy amplia, que incluye no sólo tecnología, sino además literatura, música y cine, siempre y cuando estas artes sean realizadas por artistas avant garde cuya capacidad creativa los coloca siempre en las listas de lo más reciente, lo más actual, lo más “in”.
Son las personas que veneran a Bill Gates y Steve Jobbs, como una aspirante actriz veneraría a Meryl Streep, que hacen filas interminables afuera de las tiendas para obtener el último aparato en el mercado, no importa si está lloviendo, si hace frío o si están varios grados bajo cero. Además del teléfono celular de última generación, desean tener un Ipad, y están presentes en todos los sites de redes sociales: Facebook, Twitter, MySpace, Hi5, Unyk, Tumblr y son las estrellas de sus propios blogs. Consumen tecnología en todas sus expresiones: desde cámaras fotográficas a televisores LCD pantalla plana, pasando por microondas y refrigeradores, equipos de audio y video, vehículos e incluso lavadoras (tienen que ser las ecológicas), ellos invierten cantidades enormes de dinero en sus artilugios, recuerden que la diferencia entre hombres y niños es el precio de sus juguetes.
Los geeks no siempre están recluidos en su propio mundo, tienen una vida social y suelen tener muchos amigos, también pueden sorprendernos con desempeñar trabajos convencionales y quizás no tener un diploma universitario, conocen gente en todas partes y es posible conseguirlos en los lugares más inesperados. Su conocimiento de la novedad del día les confiere un carácter pseudocosmopolita, que se complementa con una devoción total a ciertos elementos de la cultura analógica como el Atari o la primera versión de Tetris o Mario Bros, y aunque aman lo digital, sorprenden con una colección de música en acetato o nostalgia por juguetes mecánicos. Como miembros de una élite cultural amante de todo lo pop, no temen ser extravagantes y poseen una confianza que le permite mostrarse tal cual son, ya que ellos están conscientes que cada vez serán más imprescindibles para el resto de nosotros, mortales legos analógicos.
El lunes sucedió mi encuentro con uno de estos individuos, es un conocido a quien veo de tanto en tanto, Fernanda me dijo que estaría en un centro cultural de Altamira que posee wi-fi para trabajar en su laptop y terminar unos asuntos de su trabajo mientras esperábamos a la hora de la función de cine para la que había conseguido entradas, así que no me quedo más remedio que ir hasta allá para reunirme con ella. Mi sorpresa fue que al llegar, consigo que no estaba sola, sino acompañada del geek en cuestión. Mauricio estaba con su Mac y un café haciendo no sé qué, y respondió con un incoherente “feliz año” a mi saludo. Fernanda mientras tanto me aburría con una perorata sobre un trabajo freelance que había conseguido y del cual no entendía mucho mientras el geek del momento seguía nuestra conversación con miradas disimuladas.
Ella debía incluir unas entradas en un blog, y ahí estaba con su Mac también, y yo no soy nada útil en estas cuestiones, Mauricio seguía absorto en su trabajo pero de cuando en cuando abría la boca sólo para reafirmar su presunta superioridad, otorgada por sus conocimientos tecnológicos. Como respuesta a mi observación sobre ambas laptops Mac de Apple empezó a responder cosas como: “tú eres un usuario PC ¿verdad?” y una ceja se alzaba de forma despectiva, “a la gente que usa PC les debe encantar tener un virus siempre y perder toda la data” y “cuando no puedas con la PC, golpéala con un martillo” que seguían llegando a la conversación, mientras yo respondía de manera cortés, con una Fernanda ausente en su prueba sin superar a mi lado, y el geek seguía dando información sobre la tienda de computadoras de la cual fue dueño, sobre la cual tampoco nadie le estaba preguntando.
Las risas corteses se me agotaron, traté de cambiar la conversación y empezamos a hablar sobre el ciclo de Ingmar Bergman que estaban proyectando, pero él no estaba ahí para ir al cine sino para terminar su trabajo, “porque en mi casa me distraigo mucho, me pongo a jugar o a escuchar música” y me pareció un caso clínico para evaluar: Género masculino; edad 35 años; síntomas: incapacidad de concentración; diagnóstico: déficit de atención o DDA. Y me reí por un momento en voz alta mientas los dos seguían inmersos en sus mundos digitales, sin notar mi desvarío ante la idea del geek en casa solo y con muchos juguetes o trabajando en su propio blog, donde publica sus trabajos como fotógrafo y suele acompañar las imágenes con textos cortos de poesía propia o prestada de otros famosos bardos y recibe comentarios, probablemente de otros geeks sobre lo publicado.
El tiempo pasado en compañía fue recibir, uno tras otro, dardos venenosos sobre tecnología: “¿conoces el programa bla bla bla?” y yo respondía de forma negativa, “¿y la aplicación de no sé qué para el software no sé qué más?” y yo seguía sintiendo que me hablaba en una lengua desconocida. Cansado ante mi ignorancia, Mauricio optó por continuar su trabajo en silencio porque no terminaba de surgir algún tema en común entre ambos. Fernanda seguía quejándose que no hallaba la manera de incluir las entradas en el blog y cansada de luchar decidió que era momento de retirarnos, a lo que yo accedí a la vez y levantándome de inmediato, agradecido de poder poner fin a mi estadía incómoda con el geek, porque francamente prefiero las actividades al aire libre y el mundo real, por muy bizarro que sea en ocasiones, a la realidad virtual y la vida online.
Un pase exitoso, el jugador realiza un movimiento lateral que remite el balón a su compañero de equipo en la retaguardia, éste logra esquivar los avances de los contrarios, que vienen hacia él desde izquierda y derecha, hasta acercarse al centro del campo y logra que su delantero tome la esférica y continúe en posesión de ella hasta lograr estar peligrosamente cerca de la arquería contraria, las pulsaciones se aceleran, cada segundo cuenta, los sentidos se agudizan al máximo, no está permitido equivocarse cuando se está tan cerca de un momento de gloria, todas las miradas se concentran en él, hoy se llama Jonathan Del Valle, ayer pudo haber sido Carlos Maldonado o en tiempos más lejanos Omar Ferrari, hoy su nombre puede estar en boca de todos, ser una figura más en la constelación de estrellas que han adornado con su talento el glorioso nombre del Deportivo Táchira.
Ahora él está allí en el momento de máxima efervescencia, los comentaristas deportivos desde sus cabinas aguantan la respiración, y con ellos se angustia y se emociona todo el pueblo tachirense: los siempre fieles que nunca faltan a un juego, los que logran conseguir entradas de tanto en tanto, los que siguen el partido desde sus casas, en compañía de otros devotos “aurinegros” o solos, y todos los demás desde el interior del Estado y fuera del Táchira. Todos forman un colectivo que siente la pasión futbolística con la misma intensidad con la que se lleva en la sangre el orgullo del gentilicio tachirense, sufren como una herida propia cada derrota y disfrutan a plenitud cada triunfo conseguido. El delantero está frente a la arquería contraria esquivando a las defensas de los rivales, ya no suda, ya no tiene miedo, en ese instante su nombre no es el propio, es uno y todos a la vez, él es el Deportivo Táchira.
Fue un día de enero de 1974 cuando nace el Deportivo San Cristóbal, gracias a la iniciativa de Gaetano Greco, Fantino Capoccioni, Gregorio Gonzales Lovera, Orlando Maldonado y otros hombres amantes del deporte rey. En 1978 el Deportivo San Cristóbal cambiaría su nombre a Deportivo Táchira Fútbol Club alcanzando en 1979 su primer campeonato nacional. El equipo logra conquistar su segunda estrella en 1981 y el sub-campeonato en 1982, detrás del Atlético San Cristóbal.] En 1984 y 1986, llegaría el tercer y cuarto título respectivamente; sin embargo la crisis económica que enfrentaría durante toda la década de los ochenta lo obligaría a fusionarse con el Atlético San Cristóbal, formando el Unión Atlético Táchira (UAT), nombre con el cual se obtendría su cuarta estrella. En los siguientes años se obtuvieron 4 subtítulos, a pesar de esto, el equipo pasó por profundas dificultades económicas que lo llevaron a estar a punto de desaparecer.
Eventualmente, un grupo de empresarios, con el apoyo del entonces gobernador del Estado Táchira y todo el pueblo tachirense, unieron esfuerzos para evitar su desaparición y tomaron la decisión de rebautizar al equipo como Deportivo Táchira Fútbol Club para la temporada 1999-2000, obteniendo ese mismo año el quinto título nacional. Cual ave fénix había renacido de sus cenizas el coloso de negro y oro, con más ímpetu y presencia en el panorama del fútbol nacional venezolano, la pasión seguía intacta, sólo necesitaba un pequeño aliciente para despertar, el apoyo de la multitud más fuerte que nunca, boleterías para los juegos agotadas, una afición siempre fiel y ahora instituida: el equipo aurinegro cuenta con una de las aficiones más numerosas y organizadas de toda Venezuela, que asisten devotamente a cada uno de los encuentros programados.
Sea la Torcida Aurinegra, en la tribuna central popular, o la Avalancha Sur, en la tribuna popular, quienes están con el Deportivo están presentes en cada uno de sus encuentros nacionales e internacionales; el apoyo al equipo se deja sentir en todos los rincones del Polideportivo de Pueblo Nuevo, el templo sagrado del fútbol nacional. No en vano, este estadio fue elegido como escenario de la apertura de la Copa América 2004 y ha sido un testigo silente de la evolución de un equipo, de la fanaticada y de su estructura en sí. Construido en 1974, e inaugurado en 1976, el estadio contaba con una capacidad inicial de 25 mil asientos, que fue ampliada a 42 mil espectadores para la Copa América, siendo[] reinaugurado oficialmente el 20 de junio de 2007 con el encuentro entre la selección de Venezuela y la selección del País Vasco.
La apacible y bucólica ciudad de San Cristóbal se transforma, cual Dr. Jekyll en Mr. Hyde, cada vez que el Deportivo Táchira tiene un juego en casa: los locales comerciales bajan temprano las santamarías, el tráfico que fluye desde todos los puntos cardinales de la ciudad hasta Pueblo Nuevo colapsa por entero las calles y avenidas, los restaurantes, cafés y sportbars se llenan a más no poder y todo el mundo está a la expectativa de lo que está por ocurrir: “es necesario ganar para empezar con pie derecho” afirman unos, “concedámosle el empate” dicen otros en tono benevolente y de falsa modestia. La palabra “derrota” no se posa sobre ninguno de los labios, no existe en el léxico de un aurinegro tal vocablo. Quizás sea por eso que cuando el Deportivo pierde, la derrota deja un sabor amargo difícil de asimilar para todo los tachirenses, y la ciudad entera guarda un luto no decretado.
El Deportivo Táchira siempre gana, posee un record (para un equipo venezolano) de 13 participaciones en la Copa Libertadores de América, jugando invicto hasta cuartos de final en su experiencia de 2004, hasta que una derrota en esta etapa decisiva lo dejó fuera de la carrera por el trofeo. Ha permanecido intocable en la primera división del fútbol venezolano desde su creación, ni siquiera en las horas aciagas de los años 1980’s y 1990’s le restaron brillo a su impecable actuación, el mérito se mantuvo intacto y el apoyo de una fanaticada fiel hicieron posible que surgiera otra vez para el nuevo milenio con la misma gallardía que lo vio nacer en una fría mañana de enero de 1974, cuando el país despertaba a la ilusión de la “Gran Venezuela”, y el Estado Táchira despertó a una pasión de oro y negro tan fuerte, que ninguna circunstancia la ha podido consumir por completo.
Seis son las estrella de campeonatos nacionales que adornan el uniforme de oro y negro del Deportivo Táchira, siete las veces que ha terminado de subcampeón, tres los títulos del Torneo de Apertura del Fútbol Venezolano, dos los títulos del Torneo de Clausura. Y ahora en el éxtasis de un juego, el delantero que porta la camisa del Táchira lleva inscrita con letras de fuego toda la historia de triunfos y gloria, es un signo invisible que corre por sus venas, como un ADN futbolístico que le alimenta a continuar con una tradición sagrada, que debe ser mantenida, ampliada y superada, él lo sabe y está consciente de ello desde la primera vez que entró al terreno de juego como uno más del once aurinegro; la fuerza de una saga heroica está con él, a pesar de la algarabía de las tribunas y palcos, el silencio es absoluto en su mente, con frialdad de acero dispara a la meta y…
El silencio se congela, el tiempo queda suspendido, él no es capaz de sentir el sudor de su propia frente, sus ojos estáticos se concentran sólo en la esférica, el balón sigue girando y todas las miradas se afinan a punto, los flashes de las cámaras parpadean y queman con la intensidad de un millón de soles, las voces que gritan están mudas, todos a la expectativa, los corazones laten con frenesí, como si buscasen salir de los torsos que los abrigan, las venas palpitan. Él sigue ahí, frente a la arquería esperando el resultado de su mejor tiro certero, conseguido con años de entrenamiento y dominio de la técnica, piensa en todo y nada a la vez, el arquero rival se lanza a la tarea de detener el impulso que trae el balón, pero la fuerza de ambos es un choque de alto nivel. La malla de la arquería se sacude y se revienta, estallan los gritos, ha sido un gol del Deportivo.
Generación Electrogeek
Ellos caminan absortos en su mundo, son adictos a la tecnología en todas sus expresiones, se comunican en lenguajes incomprensibles para la mayoría de los mortales, lenguajes que muchas veces suelen ser los formatos de programación de las computadoras, máquinas sin las cuáles no pueden imaginar sus existencias, como si las desktops, las laptops o netbooks fuesen una especie de respiradores artificiales que le infunden la vida cada vez que están conectados online: ya sea para conocer las últimas novedades, descargar las últimas aplicaciones, conversar con otros geeks; la red mundial es su gran patio de recreo donde esta tribu urbana existe a sus anchas y domina el área con toda la experticia que le otorgan las millones de horas pasadas frente al ordenador, las batallas ganadas y pérdidas sorteando virus nocivos y viviendo en el mundo virtual.
Generalmente es muy fácil reconocerlos cuando uno camina por la calle, en su mayoría son hombres, aunque existen raros especimenes femeninos geeks, de pieles pálidas por la muy poca o casi nula exposición al sol, lentes de pasta o aéreos (porque las horas frente al monitor agotan y desgastan la vista), su vestimenta es muy simple y demuestra la poca importancia que tiene para ellos la apariencia. A pesar de envejecer, como lamentablemente lo hacemos todos nosotros, conservan en sus rostros un gesto aniñado, un rasgo de pícara inocencia que puede hacer que uno los confunda con un nerd; pero uno no debe equivocarse: un geek es una persona con una formación cultural muy amplia, que incluye no sólo tecnología, sino además literatura, música y cine, siempre y cuando estas artes sean realizadas por artistas avant garde cuya capacidad creativa los coloca siempre en las listas de lo más reciente, lo más actual, lo más “in”.
Son las personas que veneran a Bill Gates y Steve Jobbs, como una aspirante actriz veneraría a Meryl Streep, que hacen filas interminables afuera de las tiendas para obtener el último aparato en el mercado, no importa si está lloviendo, si hace frío o si están varios grados bajo cero. Además del teléfono celular de última generación, desean tener un Ipad, y están presentes en todos los sites de redes sociales: Facebook, Twitter, MySpace, Hi5, Unyk, Tumblr y son las estrellas de sus propios blogs. Consumen tecnología en todas sus expresiones: desde cámaras fotográficas a televisores LCD pantalla plana, pasando por microondas y refrigeradores, equipos de audio y video, vehículos e incluso lavadoras (tienen que ser las ecológicas), ellos invierten cantidades enormes de dinero en sus artilugios, recuerden que la diferencia entre hombres y niños es el precio de sus juguetes.
Los geeks no siempre están recluidos en su propio mundo, tienen una vida social y suelen tener muchos amigos, también pueden sorprendernos con desempeñar trabajos convencionales y quizás no tener un diploma universitario, conocen gente en todas partes y es posible conseguirlos en los lugares más inesperados. Su conocimiento de la novedad del día les confiere un carácter pseudocosmopolita, que se complementa con una devoción total a ciertos elementos de la cultura analógica como el Atari o la primera versión de Tetris o Mario Bros, y aunque aman lo digital, sorprenden con una colección de música en acetato o nostalgia por juguetes mecánicos. Como miembros de una élite cultural amante de todo lo pop, no temen ser extravagantes y poseen una confianza que le permite mostrarse tal cual son, ya que ellos están conscientes que cada vez serán más imprescindibles para el resto de nosotros, mortales legos analógicos.
El lunes sucedió mi encuentro con uno de estos individuos, es un conocido a quien veo de tanto en tanto, Fernanda me dijo que estaría en un centro cultural de Altamira que posee wi-fi para trabajar en su laptop y terminar unos asuntos de su trabajo mientras esperábamos a la hora de la función de cine para la que había conseguido entradas, así que no me quedo más remedio que ir hasta allá para reunirme con ella. Mi sorpresa fue que al llegar, consigo que no estaba sola, sino acompañada del geek en cuestión. Mauricio estaba con su Mac y un café haciendo no sé qué, y respondió con un incoherente “feliz año” a mi saludo. Fernanda mientras tanto me aburría con una perorata sobre un trabajo freelance que había conseguido y del cual no entendía mucho mientras el geek del momento seguía nuestra conversación con miradas disimuladas.
Ella debía incluir unas entradas en un blog, y ahí estaba con su Mac también, y yo no soy nada útil en estas cuestiones, Mauricio seguía absorto en su trabajo pero de cuando en cuando abría la boca sólo para reafirmar su presunta superioridad, otorgada por sus conocimientos tecnológicos. Como respuesta a mi observación sobre ambas laptops Mac de Apple empezó a responder cosas como: “tú eres un usuario PC ¿verdad?” y una ceja se alzaba de forma despectiva, “a la gente que usa PC les debe encantar tener un virus siempre y perder toda la data” y “cuando no puedas con la PC, golpéala con un martillo” que seguían llegando a la conversación, mientras yo respondía de manera cortés, con una Fernanda ausente en su prueba sin superar a mi lado, y el geek seguía dando información sobre la tienda de computadoras de la cual fue dueño, sobre la cual tampoco nadie le estaba preguntando.
Las risas corteses se me agotaron, traté de cambiar la conversación y empezamos a hablar sobre el ciclo de Ingmar Bergman que estaban proyectando, pero él no estaba ahí para ir al cine sino para terminar su trabajo, “porque en mi casa me distraigo mucho, me pongo a jugar o a escuchar música” y me pareció un caso clínico para evaluar: Género masculino; edad 35 años; síntomas: incapacidad de concentración; diagnóstico: déficit de atención o DDA. Y me reí por un momento en voz alta mientas los dos seguían inmersos en sus mundos digitales, sin notar mi desvarío ante la idea del geek en casa solo y con muchos juguetes o trabajando en su propio blog, donde publica sus trabajos como fotógrafo y suele acompañar las imágenes con textos cortos de poesía propia o prestada de otros famosos bardos y recibe comentarios, probablemente de otros geeks sobre lo publicado.
El tiempo pasado en compañía fue recibir, uno tras otro, dardos venenosos sobre tecnología: “¿conoces el programa bla bla bla?” y yo respondía de forma negativa, “¿y la aplicación de no sé qué para el software no sé qué más?” y yo seguía sintiendo que me hablaba en una lengua desconocida. Cansado ante mi ignorancia, Mauricio optó por continuar su trabajo en silencio porque no terminaba de surgir algún tema en común entre ambos. Fernanda seguía quejándose que no hallaba la manera de incluir las entradas en el blog y cansada de luchar decidió que era momento de retirarnos, a lo que yo accedí a la vez y levantándome de inmediato, agradecido de poder poner fin a mi estadía incómoda con el geek, porque francamente prefiero las actividades al aire libre y el mundo real, por muy bizarro que sea en ocasiones, a la realidad virtual y la vida online.
Viaje a Oriente
Eran las 7 de la noche de un 1ro de mayo del año 1992 cuando tomé el autobús que salía de Caracas rumbo a Oriente, específicamente Puerto La Cruz, estaba algo vulnerable; no sabía ni por qué pero al final me mentalicé; me sentí más cómoda, pensé que alguien querido me esperaba, que iba a disfrutar unos días después de tanto stress laboral y familiar. Aún no imaginaba lo que me esperaba, fue una de las vivencias más inolvidables de mi vida, puesto que quedó marcado como el viaje más largo de mi vida ya que de cinco horas aproximadamente que duraba el mismo, terminó durando 20 horas.
Todo iba perfectamente bien, a excepción de algún grupo de jóvenes que reían y gritaban llamando la atención y obviando las normas de un colectivo, pero como persona práctica me puse mi walkman y empecé a oír música.
De pronto sentí que el autobús empezó a fallar, cada vez iba más lento y con un ruido extraño a mi parecer, hasta que se paró por completo en una carretera oscura como boca de lobo. Todos los que íbamos a bordo nos bajamos, asustados y preocupados, no teníamos los celulares de entonces ni mucho menos cerca un teléfono público.
Pasaron las horas y nada que se resolvía el problema, la gente empezaba a inquietarse más y más. Yo por mi parte comencé a sentir la necesidad de ir al baño, tenía hambre y sed.
Hasta que por fin se paró un camión de carga y el chofer de éste comenzó a revisar la maquinaria del autobús y nada.
La gente ya estaba comenzando a protestar incluyéndome a mí, y el chofer muy educadamente nos preguntó si queríamos irnos en el camión. Yo me sorprendí mucho, porque no me veía montada en un camión parada todo ese trayecto y todos juntos como cerdos. Al final nos montamos y ni siquiera supe cómo fue, ya que me empujaron y cuando vine a ver ya estaba dentro.
Pasaron como 2 horas de viaje, no estábamos contentos ni mucho menos cómodos, pero era en medio de todo lo malo una solución. Hasta que el chofer se paró y hasta ahora no se por qué razón tomó esta decisión y dijo que no podía seguir con nosotros. Todos quedamos sin habla por unos segundos y por supuesto pidiéndole una explicación que nunca nos dio. No nos quedó más remedio que bajarnos en un pueblito oscuro, triste y pobre, todos desorientados y sin saber que hacer. Algunos nos mirábamos la cara con aire interrogante otros decían groserías y otros lloraban.
Hasta que opino que un ángel protector nos ayudó y se paró un autobussette y le explicamos qué había pasado, y se dignó a llevarnos pero con la condición que se iba por un pueblo llamado Zaraza. En efecto, aceptamos pero el viaje duro aproximadamente 15 horas.
El chofer llevaba unas personas con él de mal vivir 2 mujeres y un hombre, todos iban tomando y tenían un aspecto denigrante. Y yo comencé a preocuparme porque por un momento pensé que era un secuestro y que todos estaban de acuerdo (el autobús, el camión y el autobussette). Y además el chofer venía borracho y manejaba malísimo.
Pero todo fue idea mía porque por milagro llegamos a Pto. La Cruz. Mi sorpresa fue que la persona que me esperaba no estaba en su casa. Encontré un teléfono público y la llamaba y nada. Ya casi estaba al borde de la desesperación, decepción y cansancio.
Esa persona estaba en la policía declarándome como persona perdida. Y hasta aquí la historia de mi vivencia.
MORELLA VELAZCO
Todo iba perfectamente bien, a excepción de algún grupo de jóvenes que reían y gritaban llamando la atención y obviando las normas de un colectivo, pero como persona práctica me puse mi walkman y empecé a oír música.
De pronto sentí que el autobús empezó a fallar, cada vez iba más lento y con un ruido extraño a mi parecer, hasta que se paró por completo en una carretera oscura como boca de lobo. Todos los que íbamos a bordo nos bajamos, asustados y preocupados, no teníamos los celulares de entonces ni mucho menos cerca un teléfono público.
Pasaron las horas y nada que se resolvía el problema, la gente empezaba a inquietarse más y más. Yo por mi parte comencé a sentir la necesidad de ir al baño, tenía hambre y sed.
Hasta que por fin se paró un camión de carga y el chofer de éste comenzó a revisar la maquinaria del autobús y nada.
La gente ya estaba comenzando a protestar incluyéndome a mí, y el chofer muy educadamente nos preguntó si queríamos irnos en el camión. Yo me sorprendí mucho, porque no me veía montada en un camión parada todo ese trayecto y todos juntos como cerdos. Al final nos montamos y ni siquiera supe cómo fue, ya que me empujaron y cuando vine a ver ya estaba dentro.
Pasaron como 2 horas de viaje, no estábamos contentos ni mucho menos cómodos, pero era en medio de todo lo malo una solución. Hasta que el chofer se paró y hasta ahora no se por qué razón tomó esta decisión y dijo que no podía seguir con nosotros. Todos quedamos sin habla por unos segundos y por supuesto pidiéndole una explicación que nunca nos dio. No nos quedó más remedio que bajarnos en un pueblito oscuro, triste y pobre, todos desorientados y sin saber que hacer. Algunos nos mirábamos la cara con aire interrogante otros decían groserías y otros lloraban.
Hasta que opino que un ángel protector nos ayudó y se paró un autobussette y le explicamos qué había pasado, y se dignó a llevarnos pero con la condición que se iba por un pueblo llamado Zaraza. En efecto, aceptamos pero el viaje duro aproximadamente 15 horas.
El chofer llevaba unas personas con él de mal vivir 2 mujeres y un hombre, todos iban tomando y tenían un aspecto denigrante. Y yo comencé a preocuparme porque por un momento pensé que era un secuestro y que todos estaban de acuerdo (el autobús, el camión y el autobussette). Y además el chofer venía borracho y manejaba malísimo.
Pero todo fue idea mía porque por milagro llegamos a Pto. La Cruz. Mi sorpresa fue que la persona que me esperaba no estaba en su casa. Encontré un teléfono público y la llamaba y nada. Ya casi estaba al borde de la desesperación, decepción y cansancio.
Esa persona estaba en la policía declarándome como persona perdida. Y hasta aquí la historia de mi vivencia.
MORELLA VELAZCO
lunes, 3 de mayo de 2010
Textos de María Fernanda Da Silva
EN LA CAMIONETICA...¡QUÉ SUERTE!
Qué varilla, se me hizo tarde… Son como las seis y media y está oscuro. ¿Será posible? Vas a tener que grabártelo de alguna forma, ¿será que mi disco duro ya se pasó de duro a tieso? Y mientras voy a paso ligero, o más que eso, y sorteando obstáculos (huecos, alcantarillas sin tapa, motos, basura y hasta borrachines), me repito: debes estar pendiente de la hora, del sitio. Te va a armar un peo, “¿hasta cuando tengo que decírtelo?” “te estás buscando un problema, y luego vas a culpar al gobierno” Qué estrés, lo peor es el tiquititique de mi esposo.
Sigo hacia la Av. Baralt para agarrar, una camionetica que diga Av. Panteon. ¡Ay, llegué, por fin! A ver, ¿dónde me coloco?, en la Parada no hay nadie, pero en la próxima esquina esta llegando gente, voy para allá. Mosca, los negocios están casi todos cerrados y por lo tanto hay poca iluminación, ojos y oídos abiertos, mijita. Pasan varias unidades antes de divisar a lo lejos una que es la mía, subimos varias personas, doy una ojeada rápida y decido sentarme en el primer puesto del lado derecho, quedando hacia el pasillo, y al lado de un señor, grande con un bolso también bastante grande. Respiro, ya estoy en camino.
Reparo en el chofer, un señor que estaría cercano a los setenta años, de semblante tranquilo,
Y divago – caramba, este hombre ya debería estar en otra cosa, lo obligará la necesidad, parece buena persona-. Continuamos por dos cuadras, sin prisa y sin música. No es lo común, pero nuestro buen chofer maneja con cautela, calmadamente,-¡qué suerte!-
Piden parada, estamos por la salida del Metro en Capitolio, bajan usuarios, y ya iba a arrancar o tal vez quiso arrancar rápido, ¿lo hizo a propósito?, esto lo pensé varios días después recordando los hechos.
Unos brazos largos y manos se aferraron con fuerza a los lados de la puerta, el pasajero y yo nos miramos, silencio… “espérate, coñ., déjame subir mi tío, no joda, qué mierda”, algunas palabras que entendimos de lo que decía un hombre joven que intentaba subir y aparentemente se le hacía difícil, arrastraba una pierna y no tenía estabilidad debido a los efectos de estupefacientes, echaba unas miradas casi perdidas a todos, mientras se esforzaba para subir, lo consiguió.
Estábamos como petrificados, como si no nos enteráramos de nada, mirábamos al chofer, al ser humano que ya estaba sentándose en el asiento al lado del chofer y a nosotros mismos, todo en fracciones de segundos. Mi vecino de asiento tenia su bolso apretado, sujetándolo con las dos manos, “¿será que tiene algo valioso?” “¡Dios! ¿que hago? ¿me bajo?, pero, tal vez sea peor… calma, que no le llegue tu miedo…”
El sujeto hablaba constantemente, pero se le entendía poco, de repente metió la mano entre el pantalón y la camisa, para sacar algo, “ya está, nos fregamos”, no, no era un arma, era un bojote de billetes de poca denominación, con los que a veces le decía al chofer que él tenía mucho dinero y otras le pedía que le prestara, o que se lo diera, tratando de tomar de la pequeña caja el dinero. El señor no perdió la calma, con suavidad, pero firme le retiraba la mano de la caja diciendo que se quedara tranquilo, una y otra vez.
De pronto, molesto, llevó una de las manos hacia la parte baja del pantalón, la introdujo en una de las botas, -el tiempo como que se detuvo-, creo que dejé de respirar, no nos movíamos, solo los ojos. Pero, nos miró, miró al chofer, volvió a mirarnos, le sostuve la mirada apenas, y, no siguió con lo que iba a hacer… Pidió para que lo dejara bajar, entre otras cosas que no se le entendieron, y bajó, con mucha dificultad, cerca del TSJ.
Nanda, marzo de 2010
¡RAULÍN!
Existe un género de seres que se han adjudicado un empleo informal, a falta del formal, y que no es la buhonería, ni la venta de lotería, o de periódicos, ni la mendicidad, tampoco la música, sea instrumental, a capela o ambas, caso aparte, si tenemos algo de suerte nos llegan sonidos agradables entre tanto ruido, los vendedores de cualquier cosa que atosigan a los desazonados usuarios de las camionetitas tampoco pertenecen al género en cuestión, ni son malabaristas o traga-fuego, ni lateros … es otra la ocupación, que tal vez germinó a partir del caos y con la cuál éstos individuos obtienen algo de dinero.
Ésta variedad de trabajador hace uso de sus cuerdas vocales de fuerte manera, alcanzando altos decibeles para así hacerse oír, también utiliza el aire de sus pulmones para el enérgico silbido que emerge a través de su boca, y por si quedaran dudas manipula un pito con el cuál lía a los transeúntes y automovilistas que en algunos momentos no saben que acontece, si hay o no un fiscal, y el por qué de el pitazo, hasta que caen en cuenta que el que lleva el silbato y por ende el mando, es un personaje que está más que ducho en sobrevivir a toda costa, a subsistir como pueda.
Un quehacer original que tiene asilo desde algunos años atrás en el Distrito Capital, particularmente en la Caracas Bonita, pero de manera más visible en la Parroquia de La Candelaria, en el punto norte de la plaza del mismo nombre, en la acera sur de la avenida Urdaneta, en dirección oeste este. Puede que se practique en la otra orilla e inclusive en otro lugar o distrito, pero no con la regularidad y fuerza que se avista en tan concurrido espacio público. El protagonista pareciera no creer en dichos como “El que madruga coje agua clara” o “Al que madruga Dios lo ayuda”, pues no principia su faena madrugando, sino cerca del mediodía y hasta la noche.
Tiene este prójimo la piel tostada, agrietada, envejecida antes de tiempo… Sus ojos siempre inquietos, otean en todas direcciones, aunque su mirada pareciera no querer establecer contacto verdadero con nadie. De movimientos ágiles y enérgicos, tan es así que a veces se asemejan a un saltimbanqui a un contorsionista. Con edad inexacta, altura, tono de piel diversa. Su indumentaria no siempre demasiado sucia y rota es, según sea la procedencia, tanto del personaje como del ropaje, que incluye algo que le es primordial, una gorra, cualquiera, que igual le sirve para resguardarse del sol como de la lluvia, y puede que unas gafas oscuras, si llegan a sus manos.
“¡Aguántalo!” Grita, al mismo tiempo que trata de que el chofer no solo lo oiga sino que lo vea, lo cuál implica saltar, correr, de un lado a otro, de la puerta a la ventanilla del lado del chofer o a la del ayudante. Al quedar medio aparcado o aparcado en el medio el carrito, se agarra o se le atraviesa y entonces comienza a enunciar la ruta: “¡Andrés Bello, por La Chiquinquirá, Los Jabillos, La Campiña, PDVSA, Chacaito!” “Calma mi tío que están bajando. Sube ahorita mi reina, sube que si hay puesto”. Mientras suben usuarios se mantiene dando información del trayecto respectivo, y pendiente de que el ayudante o el chofer le den algunas monedas. “Algo, para no perder todo pana” ¡Dale varón! Le dice al chofer a forma de despedida.
¡Épale Raulín! Es el saludo tanto del chofer como del ayudante para cualquiera de éstos trabajadores informales, cuándo se topan con ellos, a lo que responde el personaje con algo como, ¡Háblame Raulín!
¡Aguántalo varón! ¡Llévatelo! Grita, para indicar que va a subir alguien.
Este espécimen, Raulín, aprovecha la más mínima oportunidad para obtener unas monedas, cosa que no siempre le resulta; claro que viendo la cantidad de veces que pasa una camionetica se deduce que tan mal no le irá y más si es avispado y le cae bien a los camioneteros.
¡Vaya Ricky Martin! Es la nueva frase entre los dos grupos.
Nanda, Abril del 2010
Qué varilla, se me hizo tarde… Son como las seis y media y está oscuro. ¿Será posible? Vas a tener que grabártelo de alguna forma, ¿será que mi disco duro ya se pasó de duro a tieso? Y mientras voy a paso ligero, o más que eso, y sorteando obstáculos (huecos, alcantarillas sin tapa, motos, basura y hasta borrachines), me repito: debes estar pendiente de la hora, del sitio. Te va a armar un peo, “¿hasta cuando tengo que decírtelo?” “te estás buscando un problema, y luego vas a culpar al gobierno” Qué estrés, lo peor es el tiquititique de mi esposo.
Sigo hacia la Av. Baralt para agarrar, una camionetica que diga Av. Panteon. ¡Ay, llegué, por fin! A ver, ¿dónde me coloco?, en la Parada no hay nadie, pero en la próxima esquina esta llegando gente, voy para allá. Mosca, los negocios están casi todos cerrados y por lo tanto hay poca iluminación, ojos y oídos abiertos, mijita. Pasan varias unidades antes de divisar a lo lejos una que es la mía, subimos varias personas, doy una ojeada rápida y decido sentarme en el primer puesto del lado derecho, quedando hacia el pasillo, y al lado de un señor, grande con un bolso también bastante grande. Respiro, ya estoy en camino.
Reparo en el chofer, un señor que estaría cercano a los setenta años, de semblante tranquilo,
Y divago – caramba, este hombre ya debería estar en otra cosa, lo obligará la necesidad, parece buena persona-. Continuamos por dos cuadras, sin prisa y sin música. No es lo común, pero nuestro buen chofer maneja con cautela, calmadamente,-¡qué suerte!-
Piden parada, estamos por la salida del Metro en Capitolio, bajan usuarios, y ya iba a arrancar o tal vez quiso arrancar rápido, ¿lo hizo a propósito?, esto lo pensé varios días después recordando los hechos.
Unos brazos largos y manos se aferraron con fuerza a los lados de la puerta, el pasajero y yo nos miramos, silencio… “espérate, coñ., déjame subir mi tío, no joda, qué mierda”, algunas palabras que entendimos de lo que decía un hombre joven que intentaba subir y aparentemente se le hacía difícil, arrastraba una pierna y no tenía estabilidad debido a los efectos de estupefacientes, echaba unas miradas casi perdidas a todos, mientras se esforzaba para subir, lo consiguió.
Estábamos como petrificados, como si no nos enteráramos de nada, mirábamos al chofer, al ser humano que ya estaba sentándose en el asiento al lado del chofer y a nosotros mismos, todo en fracciones de segundos. Mi vecino de asiento tenia su bolso apretado, sujetándolo con las dos manos, “¿será que tiene algo valioso?” “¡Dios! ¿que hago? ¿me bajo?, pero, tal vez sea peor… calma, que no le llegue tu miedo…”
El sujeto hablaba constantemente, pero se le entendía poco, de repente metió la mano entre el pantalón y la camisa, para sacar algo, “ya está, nos fregamos”, no, no era un arma, era un bojote de billetes de poca denominación, con los que a veces le decía al chofer que él tenía mucho dinero y otras le pedía que le prestara, o que se lo diera, tratando de tomar de la pequeña caja el dinero. El señor no perdió la calma, con suavidad, pero firme le retiraba la mano de la caja diciendo que se quedara tranquilo, una y otra vez.
De pronto, molesto, llevó una de las manos hacia la parte baja del pantalón, la introdujo en una de las botas, -el tiempo como que se detuvo-, creo que dejé de respirar, no nos movíamos, solo los ojos. Pero, nos miró, miró al chofer, volvió a mirarnos, le sostuve la mirada apenas, y, no siguió con lo que iba a hacer… Pidió para que lo dejara bajar, entre otras cosas que no se le entendieron, y bajó, con mucha dificultad, cerca del TSJ.
Nanda, marzo de 2010
¡RAULÍN!
Existe un género de seres que se han adjudicado un empleo informal, a falta del formal, y que no es la buhonería, ni la venta de lotería, o de periódicos, ni la mendicidad, tampoco la música, sea instrumental, a capela o ambas, caso aparte, si tenemos algo de suerte nos llegan sonidos agradables entre tanto ruido, los vendedores de cualquier cosa que atosigan a los desazonados usuarios de las camionetitas tampoco pertenecen al género en cuestión, ni son malabaristas o traga-fuego, ni lateros … es otra la ocupación, que tal vez germinó a partir del caos y con la cuál éstos individuos obtienen algo de dinero.
Ésta variedad de trabajador hace uso de sus cuerdas vocales de fuerte manera, alcanzando altos decibeles para así hacerse oír, también utiliza el aire de sus pulmones para el enérgico silbido que emerge a través de su boca, y por si quedaran dudas manipula un pito con el cuál lía a los transeúntes y automovilistas que en algunos momentos no saben que acontece, si hay o no un fiscal, y el por qué de el pitazo, hasta que caen en cuenta que el que lleva el silbato y por ende el mando, es un personaje que está más que ducho en sobrevivir a toda costa, a subsistir como pueda.
Un quehacer original que tiene asilo desde algunos años atrás en el Distrito Capital, particularmente en la Caracas Bonita, pero de manera más visible en la Parroquia de La Candelaria, en el punto norte de la plaza del mismo nombre, en la acera sur de la avenida Urdaneta, en dirección oeste este. Puede que se practique en la otra orilla e inclusive en otro lugar o distrito, pero no con la regularidad y fuerza que se avista en tan concurrido espacio público. El protagonista pareciera no creer en dichos como “El que madruga coje agua clara” o “Al que madruga Dios lo ayuda”, pues no principia su faena madrugando, sino cerca del mediodía y hasta la noche.
Tiene este prójimo la piel tostada, agrietada, envejecida antes de tiempo… Sus ojos siempre inquietos, otean en todas direcciones, aunque su mirada pareciera no querer establecer contacto verdadero con nadie. De movimientos ágiles y enérgicos, tan es así que a veces se asemejan a un saltimbanqui a un contorsionista. Con edad inexacta, altura, tono de piel diversa. Su indumentaria no siempre demasiado sucia y rota es, según sea la procedencia, tanto del personaje como del ropaje, que incluye algo que le es primordial, una gorra, cualquiera, que igual le sirve para resguardarse del sol como de la lluvia, y puede que unas gafas oscuras, si llegan a sus manos.
“¡Aguántalo!” Grita, al mismo tiempo que trata de que el chofer no solo lo oiga sino que lo vea, lo cuál implica saltar, correr, de un lado a otro, de la puerta a la ventanilla del lado del chofer o a la del ayudante. Al quedar medio aparcado o aparcado en el medio el carrito, se agarra o se le atraviesa y entonces comienza a enunciar la ruta: “¡Andrés Bello, por La Chiquinquirá, Los Jabillos, La Campiña, PDVSA, Chacaito!” “Calma mi tío que están bajando. Sube ahorita mi reina, sube que si hay puesto”. Mientras suben usuarios se mantiene dando información del trayecto respectivo, y pendiente de que el ayudante o el chofer le den algunas monedas. “Algo, para no perder todo pana” ¡Dale varón! Le dice al chofer a forma de despedida.
¡Épale Raulín! Es el saludo tanto del chofer como del ayudante para cualquiera de éstos trabajadores informales, cuándo se topan con ellos, a lo que responde el personaje con algo como, ¡Háblame Raulín!
¡Aguántalo varón! ¡Llévatelo! Grita, para indicar que va a subir alguien.
Este espécimen, Raulín, aprovecha la más mínima oportunidad para obtener unas monedas, cosa que no siempre le resulta; claro que viendo la cantidad de veces que pasa una camionetica se deduce que tan mal no le irá y más si es avispado y le cae bien a los camioneteros.
¡Vaya Ricky Martin! Es la nueva frase entre los dos grupos.
Nanda, Abril del 2010
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